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LAS HUELLAS DE LOS OVNIS Oscar Adolfo Uriondo
El fenómeno OVNI no sólo se manifiesta en la
subjetividad de los relatos de testigos, para los cuales
el procedimiento de evaluación, ponderando en cada caso los pesos
relativos de extrañeza y credibilidad, es muy similar –según hemos
expresado en otra oportunidad- a los clásicos métodos historiográficos de
crítica interna y también a los implementados en las investigaciones
policiales y judiciales. A este respecto, en la investigación
ufológica, como sabemos, a fin de lograr un aceptable nivel de confianza
para informes basados sólo en testimonios, se han formulado sistemas que
permiten expresar dicho valor en términos cuantitativos (v.g. la matriz
S-?, Strangeness-Probability, de Hynek; el índice de certidumbre ?
elaborado Ballester Olmos; o el índice de confiabilidad que propone Thomas
Olsen). Pero el dossier de los OVNI no se agota en simples datos
anecdóticos. Para un porcentaje no desdeñable de casos, especialmente en
aterrizajes y cuasi-aterrizajes los informes sobre fenómenos anómalos
refieren improntas y diversas alteraciones en la consistencia del suelo,
daños en la vegetación, residuos, etc., en aquellos sitios donde habrían
ocurrido tales descensos. Cuando los rastros del suelo son descubiertos
casi de modo inmediato en los avistamientos diurnos y a la mañana
siguiente ( en los muchos más frecuentes avistamientos nocturnos) su valor
como evidencia se incrementa considerablemente. Esta clase de datos son
sin duda objetivos; las “huellas” no son ya fenómenos transitorios, y en
virtud de su permanencia temporaria pueden ser estudiados de modo directo
por el investigador; se conservan como prueba tangible mucho tiempo
después de que el evento OVNI ha sido denunciado.
Ted R. Phillips
Jr. (Director del Center for Physical Trace Research) ha investigado
personalmente varios centenares de informes y compilado el Physical traces
associated with UFO sightings; a preliminary catalogue. Publicado en el
año 1975, por el CUFOS (Center for UFOs studies) el catálogo reúne 833
casos de esa clase. De acuerdo a la clasificación propuesta por
Phillips, los rastros físicos de los OVNIs en general pueden ser divididos
en dos grandes grupos:
Efectos
primarios 1.
Anillos – rastros circulares, quemados, deprimidos o
deshidratados. El perímetro exterior muestra daños o cambios, mientras
que el área central permanece inalterada. 2. Nidos
–rastros ovales, generalmente deprimidos, se nota un efecto
remolino. 3. Sitios circulares –rastros circulares con
daños en toda área –quemada, deprimida o deshidratada. 4.
Sitios irregulares –áreas quemadas, deprimidas o
deshidratadas sin ningún diseño particular. Muchos de los sitios
irregulares son descriptos como oleosos o manchados.
Efectos secundarios 1. Improntas –comúnmente
referidas como marcas de aterrizaje. Las improntas han sido halladas en
conjunción con todo tipo de rastros primarios. Generalmente dispuestas
conforme a un patrón triangular o rectangular, en número de tres o
cuatro. 2. Daños en los árboles – los árboles cercanos
a los alegados sitios de aterrizaje son frecuentemente dañados, derribados
al suelo o deshidratados. Las ramas son rotas, quemadas o
deshidratadas. 3. Cráteres –encontrados junto con
otros efectos secundarios. 4. Pisadas –los archivos
contienen un sorprendente número de informes sobre pisadas. Generalmente
descriptas como pequeñas, han sido halladas en conjunción con la mayor
parte de los tipos de rastros primarios. 5. Plantas o suelo
removidos –hay numerosos informes que involucran la remoción de
suelo o plantas en el alegado sitio de aterrizaje.
De acuerdo al Dr.
Hynek, los anillos tienen un diámetro que puede alcanzar los 30 pies o
más, pero cuyo espesor perimetral es de 1 a 3 pies. Los diámetros más
frecuentemente mencionados por los testigos van de 20 a 30 pies. Los
anillos más frecuentemente mencionados por los testigos van de 20 a 30
pies. Pueden persistir por semanas o meses y el interior de el círculo
permanecer estéril por una o dos estaciones.
En el momento
actual la base de datos del Center for Physical Trace Research. que dirige
Ted Phillips supera los 4.000 incidentes, ocurridos en más de 50 países.
De ese total, un elevado porcentaje son de escaso mérito, ya sea porque no
han sido investigados cabalmente, o en virtud a su bajo nivel de
extrañeza. No es nuestro propósito ofrecer aquí un listado, aunque
fuera parcial, de los casos de aterrizajes OVNI con secuelas de huellas
que se conocen. Sólo examinaremos seis, que han sido responsablemente
estudiados por organismos policiales y científicas. Se trata de los
conocidos eventos de Poncey-sur-L’Ignon, Francia, 4 de octubre de 1954;
Socorro, Nueva México, EE.UU., el 24 de abril de 1964;; de Trans-en
Provence, Francia, el 8 de enero de 1981; Nancy, Francia, 21 de octubre de
1982.
4 de
octubre, 1954; Poncey-sur-L’Ignon, Francia. 08,00
p.m. La
investigación estuvo a cargo de la Gendarmería de Saint-Seine, de su jefe,
el capitán Millet y del comandante Viala, de Dijon. Además intervino
personal de los servicios de aeronática de Dijón; y varios investigadores
civiles, entre ellos Charles Garreau y Aimé Michel. Según el testimonio
de la Sra. Yvette Fourneret, vecina de la aldea de Poncey-sur-L’Ignon,
eran alrededor de las 08:00 p.m. y se dirigía a la ventana para cerrar los
postigos, cuando al echar una mirada hacia fuera vio, a unos 20 m de su
casa, un cuerpo luminoso que se balanceaba suavemente en el aire, a la
derecha de un ciruelo, como si se preparar a aterrizar. El objeto tendría
más o menos de 3 m de diámetro, con forma alargada, alargada, horizontal y
de color anaranjado. Con su luz iluminaba débilmente las ramas y las hojas
del árbol. Asustada, la testigo tomó a su hijo y se refugió en casa de
una vecina, la Sra. Boullier, cerrando cuidadosamente las puertas. En ese
momento llegaron los señores Girardot y Vincent, quienes al ver a las dos
mujeres atemorizadas, les preguntaron que ocurría. Al saber el motivo,
tomaron sus fusiles y se dirigieron hacia el prado. No encontraron nada,
pero al examinar el suelo, descubrieron una huella fresca. Los rastros
hallados en el sitio donde el OVNI estuviera posado tenían características
verdaderamente insólitas.
“Sobre una
superficie de un largo de 1,50 m, de 70 cm de largo en su base y en su
extremidad de 50 cm, el suelo había sido como aspirado. Sobre la rozadura
aún fresca, se agitaban gusanos blancos. La tierra arrancada estaba
extendida alrededor del hoyo en terrones de 30 cm de diámetro en un radio
de 4 m. Sobre el borde interno del hoyo, algunos terrones pendían hacia el
interior, la tierra no había sacado de encima, de manera que más o menos a
la mitad de su profundidad, la superficie del hoyo era más vasta que a
nivel del suelo. Pero lo más sorprendente era que la ausencia de
instrumento hacía imposible explicar la extracción de esa masa de tierra.
Aún más (y sobre todo esto jamás se pudo explicar): las raicillas y las
radículas estaban intactas sobre toda la superficie interna del hoyo; nada
había sido cortado. He aquí un detalle que sorprendió a todo el mundo: en
el centro del hoyo, una planta de maíz estaba acostada, unida a la tierra
del fondo por la extremidad de su raíz, las raicillas al aire, sin que se
la hubiera siquiera rasguñado. En suma: todo ocurrió como si la masa de
tierra extendida sobre la hierba alrededor del hoyo hubiera sido
succionada por un gigantesco aspirador. La misma observación puede hacerse
sobre los terrones desparramados alrededor de la hierba: ni raíces
cortadas ni trazas de instrumento, ninguna quemadura. Numerosas personas
trataron después de reproducir este fenómeno, pero fue en
vano”. (Fuente: Aimé Michel, Los misteriosos platillos volantes,
p. 199).
Recordamos que un
efecto muy similar se dio en la localidad de Pelluco, Chile, el 31 de
julio de 1965. En la madrugada de esa fecha descendió un misterioso objeto
que despedía potentes destellos violáceos. Se detuvo detrás de una
arboleda, casi a ras del suelo, durante cinco minutos y luego trepó en el
cielo a gran velocidad. Al amanecer se examinó el bosque y en el suelo se
encontró una huella de un metro de profundidad y de unos 60 m de diámetro.
El suelo parecía erosionado, como si un extractor de aire hubiese aspirado
el terreno en el área de aterrizaje. (Saenz, M. y Wolf, W., Los sin
nombre, Santiago de Chile, Obe, 1967, p. 59).
24 de
abril, 1964; Socorro, Nueva México, EE-UU. 05:45
p.m. La tarde
del 24 de abril de 1964, el sargento Lonnie Zamora, del
Departamento d Policía de Socorro (Nueva México) patrullaba con su
automóvil la ruta nacional nº85, próximo a aquella ciudad, en misión de
rutina. En esa circunstancia, Zamora vio hacia el sudsudoeste, una especie
de “llama” azulada, de forma cónica, que descendía lentamente del cielo, a
unos 700 m; al mismo tiempo oyó un fuerte estruendo. Pensando que un
antiguo depósito de dinamita existente en esa zona había hecho explosión,
el policía guió su coche de patrulla por un camino secundario que conducía
a ese lugar. Al cabo de pocos minutos, llegó a la cima de una pequeña
colina desde donde pudo observar, fuera del camino y a unos 150 o 200 m de
distancia, en una hondonada, lo que parecía ser un auto blanco volcado;
junto al mismo se hallaban dos figuras humanas de pequeña estatura,
cubiertas enteramente con “overoles blancos”. Estaba de pie, entre un gran
arbusto y el aparato .Una de ellas advirtió el auto policial y dio la
impresión de sobresaltarse. Antes de acercarse más para investigar lo que
pensó podría ser un accidente, el suboficial se comunicó por radio con la
Jefatura de Socorro, informando lo que acontecía. Zamora descendió
entonces de su vehículo y caminó hacia el objeto. A no más de 15 m de
distancia pudo observarlo claramente. No se trataba de un automóvil; su
forma era oval, de 3,5 a 4,5 m de longitud, con aspecto metálico y color
aluminio. Estaba firmemente instalado sobre cuatro patas de desigual
longitud. No se advertían puertas ni ventanas, pero sí varias marcas
rojas, semejantes a una insignia, en su costado. Las dos pequeñas figuras
–“del tamaño de un niño”- habían desaparecido. De repente, el artefacto
comenzó a proyectar por el centro de su parte inferior llamas azuladas, al
tiempo que producía un ruido muy intenso. Convencido de que la explosión
era inminente, el policía corrió hasta su auto para guarecerse detrás de
él. Luego de algunos segundos levantó la cabeza: el ruido había cesado; el
objeto seguía todavía allí, en movimiento suspendido en el aire a sólo 3 o
5 m del suelo, sin arrojar ya ninguna llamarada, y en completo silencio.
Así se desplazó hasta un kilómetro y medio de donde Zamora se encontraba.
Entonces, bruscamente, ascendió un ángulo muy pronunciado y se alejó a
gran velocidad rumbo al sudoeste siguiendo el perfil de las colinas hasta
perderse de vista sobre las montañas vecinas (Mile Canyon
Mountain). Instantes después, arribó al lugar el sargento Sam Chávez,
superior directo de Zamora, que había escuchado por radio el informe de
este último. Ambos policías bajaron hasta el fondo del barranco donde el
extraño artefacto estuviera posado. En los mismos sitios en que Zamora
afirmó que las atas metálicas del objeto habían descansado, encontraron
cuatro huellas ovaladas y además, en el lugar de aterrizaje la vegetación
mostraba evidentes trazas de calcinación. Todos estos hallazgos fueron
plenamente ratificados por oficiales del FBI y de la Fuerza Aérea
Norteamericana que arribaron al escenario de los sucesos en días
sucesivos. La investigación de este caso ha sido quizás una de las más
completas de las efectuadas en Estados Unidos, hasta ahora. Intervinieron
en ella el Project Blue Book, cuyo consultor científico, el Dr. J. Allen
Hynek, viajó especialmente a Socorro en tres ocasiones, el FBI y dos
importantes comisiones privadas de ese país, NICAP y APRO. El Dr.
Hynek, en su primera visita al lugar, varios días más tarde, verificó la
existencia de las marcas de aterrizaje y las plantas quemadas. En el curso
de una larga entrevista, el sargento Chávez le confirmó haber observado
las marcas y las malezas quemadas, todavía humeando, en el momento que se
encontró con Zamora en el lugar del suceso. La investigación reveló que
el artefacto, había aterrizado en un terreno desnivelado, instalado
firmemente sobre 4 patas de desigual longitud, de tal manera de colocar su
centro de gravedad en la mejor posición. Tal sistema de aterrizaje,
obviamente, sería ideal para un módulo lunar, y se conjeturó que el objeto
podría haber sido un dispositivo experimental de construcción
norteamericana. Pero se desechó esa posibilidad, pues se determinó que en
ese lugar y en esa fecha no hubo ensayo con vehículos espaciales. Por otra
parte, el análisis espectroscópico de las áreas calcinadas, dio resultados
negativos y, además, el modo de propulsión parecía ser muy diferente al de
cualquier aparato de factura terrestre. Las 4 huellas eran muy
parecidas: 2 de ellas tenían una profundidad de 5 cm en el centro, con un
reborde de tierra de también 5 cm. La tierra había sido empujada desde el
centro del cuadrilátero. La cuarta huella sólo tenía 2,5 cm de
profundidad, pero era borrosa, como si lo que la hubiese causado se
hubiese balanceado lateralmente antes de elevarse y por tanto su menor
profundidad no debe considerarse que indicara menos peso. Los objetos que
causaron esta huellas sostenían un gran peso, o bien chocaron con mucha
fuerza contra el suelo, que allí es muy consistente. Debemos suponer que
la fuerza ejercida equivalía a un suave descenso de 1 tonelada por lo
menos, sobre cada huella. Las huellas no parecían producidas por un
objeto que hubiera golpeado el suelo con gran fuerza, ni tampoco habían
sido excavadas, sino que eran el resultado de una fuerte presión
ejercida desde arriba. Como un objeto muy pesado que después de aterrizar
con lentitud se hubiese quedado inmóvil La tierra desalojada en torno de
las huellas estaba húmeda y “fresca” a diferencia del terreno seco de la
superficie. Medidas tomadas en el lugar mostraban que las diagonales
formadas por las 4 marcas de aterrizaje la intersectaban casi exactamente
en ángulos rectos. El centro del círculo así formado virtualmente
coincidía con la principal marca de quemadura en el suelo, una de las dos
que al parecer se produjeron por una fuerza ejercida de arriba hacia
abajo. Una quemadura de este tipo hizo pensar en el momento inicial del
aterrizaje o bien en el momento del despegue: en ambos casos, la zona
abrasada se hallaría directamente bajo el centro de gravedad de un objeto
que llegase o partiese verticalmente; y recordemos que según el relato de
Zamora, el movimiento de partida del artefacto, se inició con un ascenso
vertical. Se observaron también otras 3 zonas chamuscadas y un gran
arbusto situado casi en el centro del cuadrilátero formado por los brazos,
aparecía “seccionado” por la mitad “como si lo hubiese rebanado una hoja
de fuego”. Aparte de las huellas dejadas supuestamente por los “brazos”
había otras diferentes:. Cerca de la huella que parecía más “desplazada”
se notaban como “pisadas”, que parecían haber sido producidas –en opinión
de algunos investigadores- por una persona o grupo de personas con calzado
o pies relativamente pequeños. Además, dentro del cuadrilátero se
percibían 4 hendiduras superficiales en el terreno, de forma más o menos
circular o elíptica; se conjeturó que las mismas fueran rastros de una
hipotética escala tendida desde una parte del objeto hasta el
suelo. Fue consenso unánime de los investigadores que participaron en
el estudio del caso, que el Sargento Zamora había visto realmente algo
inusual. Las conclusiones del Project Blue Book clasifican el suceso como
“no identificado”. Fuentes:. Stanford, R. El escándalo del OVNI.
Barcelona, Pomaire, 1978. Story, R. The enciclopedia of UFOs, p. 341, Los
Humanoides Barcelona Pomaire, 1967, p. 179.
Nancy,
Meurthe-y-Moselle (Francia) caso llamado “del Amaranto”, 21 de octubre de
1982. 12:35. En
esa fecha, el Sr. Henri, de 30 años, biólogo molecular, que regresaba de
su trabajo, y se hallaba enfrente de su jardín, vio venir del Suroeste un
artefacto volador brillante que inicialmente interpretó como un avión. El
testigo precisó que no había ninguna nube, que él no tenía el sol enfrente
y que la visibilidad era excelente: La velocidad de descenso del artefacto
no era muy grande y pensó que iba a pasar por arriba de su casa. En un
momento dado se dio cuenta de que la trayectoria del artefacto se dirigía
hacia él, aún alejado a 3 o 4 m. El artefacto, se detuvo y permaneció
suspendido a 1 m del suelo, durante cerca de 20 minutos. El testigo
precisó que había visto su reloj, por lo que estaba absolutamente seguro
de la duración del vuelo estacionario del artefacto. Lo describe como de
forma ovoide, de aproximadamente 1,50 m de diámetro y 80 cm de espesor; la
mitad inferior de aspecto metalizado, parecido al berilio pulido, la mitad
superior de color azul verdoso en su centro. Al parecer no emitía ningún
sonido, destello o fulgor, ni frío ni calor, ni tampoco magnetismo o
electromagnetismo. Al cabo de 20 minutos, se elevó bruscamente en vertical
constante, trayectoria que mantuvo hasta que se perdió de vista. La marcha
del artefacto era muy rápida, como bajo el efecto de una fuerte
aspiración. El testigo especificó, para finalizar, que no había ningún
rastro o marca en el suelo; la hierba no estaba carbonizada ni aplastada,
pero él precisó que en momento de la partida, la hierba se enderezó para
retomar enseguida su posición normal. El testimonio fue grabado por la
policía estatal (brigada de gendarmería de V3) menos de 5 horas después de
la observación. Se comprobó también que en un arbusto de amaranto situado
cerca del objeto las hojas se deshidrataron completamente en sus extremos,
como si hubieran sido sometidas a intensos campos eléctricos, y que los
frutos parecían estar cocinados. En cambio, plantas similares más alejadas
estaban en condiciones normales. De estudios bioquímicos posteriores
realizados en el Centro de Fisiología Vegetal, de la Universidad Paul
Sabatier, Toulouse, se dedujo que el campo eléctrico, probable origen del
enderezamiento de la hierba, debía haber pasado de los 30 kv/m; y que los
efectos observados en el amaranto fueron probablemente el resultado de un
campo eléctrico que, a nivel de la planta, debió haber pasado los 200
kv/m. (Fuente: GEPAN, enquete 86/06, “L’Amarante”, Note technique nº
17, Toulouse, 21 de mars 1983).
8 de
enero, 1981; Trans-en-Provence, Francia. 05:45
p.m. Renato
Nicolai, de 52 años, realizaba trabajos de albañilería en una sobreelevada
terraza del jardín, al costado de su casa, cuando a las 05:00 p.m. oyó un
suave sonido, semejante a un leve silbido (“como un viento soplando
moderadamente fuerte”). Volviéndose hacia esa dirección, el testigo
observó, a la altura de dos grandes coníferas en el borde de su propiedad,
una “máquina” de color oscuro que descendió y aterrizó, (“cayó como una
piedra”) a unos 50 u 80 de distancia. El testigo se aproximó con cautela a
unos 30 m para observar el extraño fenómeno, al que describió como un
artefacto formado por un reborde liso, de unos 15 o 20 cm de largo que
formaba una especie de anillo alrededor de la masa metálica. Estaba posado
muy cerca de un muro de piedras y el testigo no distinguió antenas,
ventanas ni la menor traza de aberturas. El aspecto de la superficie,
metálica y oscura, parecía plomo. El objeto, después de permanecer unos
pocos segundos en el suelo, se elevó verticalmente, continuaba emitiendo
un bajo silbido y desapareció a enorme velocidad, hacia el bosque de
Trans, es decir hacia el nordeste, pasando exactamente entre los dos altos
árboles, en el exacto lugar desde el cual había parecido
“caer”. Mientras el artefacto se alejaba, Nicolai vio en su parte
inferior cuatro aberturas pero ninguna indicación de escapes o llamas;
sólo levantó un poco de polvo. La duración total del avistamiento fue de
30-40 segundos. Más tarde, Nicolai salió a inspeccionar el sitio de
aterrizaje, y descubrió en el suelo un círculo de 2 m de diámetro. En
ciertos lugares a lo largo de la circunferencia del círculo había rastros
como abrasiones. Al día siguiente, la esposa de Nicolai confirmó el
hallazgo. La Gendarmería de Draguinan, alertada por vecinos del
testigo, arribó al día siguiente para investigar el informe y, siguiendo
las instrucciones de GEPAN/SEPRA, recogió muestras del suelo y de la
vegetación, al igual de muestras de control en zonas fuera de las huellas.
Los gendarmes encontraron dos círculos concéntricos, uno de 2,2 m de
diámetro y el otro de 2,4 m. Estos dos círculos dejaban una corona de 10
cm de ancho, en esa área hallaron también dos secciones, diametralmente
opuestas, cada una de 80 cm de largo, que presentaban estriaciones negras
similares a rastros de abrasión. Finalmente, GEPAN (Grupo de estudios
de fenómenos aeroespaciales no identificados), unidad de la agencia
espacial francesa CBES organizada para investigar los informes sobre
OVNIs, fue llamada por la Gendarmería. Cuarenta días después del
aterrizaje, los científicos y técnicos examinaron el lugar, recolectando
muestras de suelo y vegetación a fin de su posterior estudio en varios
laboratorios equipados para análisis físicos. Esta tarea investigadora
también incluyo una evaluación de confiabilidad del testigo, la
determinación de las condiciones atmosféricas existentes al momento del
encuentro OVNI, y el tráfico aéreo en el día en cuestión. El informe
final de GEPAN, titulado Nota Técnica nº16, arribó a las siguientes
conclusiones: Los rastros visibles como estriaciones parecían haber
sido ocasionados por una combinación de efectos mecánicos y térmicos. El
examen visual y microscópico reveló que, aparte de las estriaciones, el
suelo en el lugar del aterrizaje había sido fuertemente compactado,
formando una costra hasta un espesor de 6-7 mm; no podía haber sido
calentada a más de 600 grados C, dado que la estructura del carbonato de
calcio no fue afectada y tampoco había rastros de compuestos orgánicos
tales los que podrían esperarse de ser causados por combustión. Se
calculó que para producir esa compresión hubiera sido necesario un objeto
estacionario de unos 700 kg (o podrían haber sido hechas por un objeto de
menor masa si el mismo se estuviera moviendo a pocos metros por segundo en
el momento del impacto contra el suelo). Los análisis bioquímicos
fueron realizados por el profesor Michel C.L. Bounias, del Laboratorio de
Bioqímica, de la Universidad de Avignon. El principal procedimiento para
el análisis fue la determinación del cromatograma de los pigmentos, el
cual proporciona información para un número de componentes bioquímicos
(tales como clorofila, beta caroteno y violaxantina, entre otros). En
las muestras tomadas en la periferia de la huella, se detectaron cambios
bioquímicos que mostraban una fuerte correlación con la distancia al
centro de la huella, en proporción inversa: el contenido de clorofila de
las hojas de alfalfa se redujo en 30%, el de beta caroteno, en 50-57 % y
el de violaxantina en 80%. Además el contenido de glúcidos y aminoácidos
de las hojas de alfalfa muy jóvenes, habían cambiado acercándose a los
valores del contenido característico de las hojas viejas, exhibiendo
“signos de una prematura senectud”. Especulando con la causa probable
para estos efectos, el Dr. Bounias, rechazó la hipótesis de que pudieran
obedecer a una acción deliberada con venenos químicos, y tampoco encontró
evidencias que pudieran indicar una radiación nuclear. Sí, en cambio,
algunas modificaciones podrían ser causadas por una poderosa radiación de
microondas. Aunque ciertas otras características de los daños en la
vegetación no podían ser explicadas de ese modo.
Siete años más
tarde, el Dr. Jacques Vallée efectuó una nueva investigación en el lugar
del caso Trans-en-Provence. Muestras del suelo obtenidas en el tiempo de
la investigación inicial fueron analizadas en un laboratorio
norteamericano. Los resultados de la entrevista con el testigo y su
esposa, y el examen de las muestras tomadas en la superficie y debajo de
ella apoyaron los hallazgos del equipo del CNES y la veracidad del
testimonio de Nicolai. En particular, se encontró que la muestra de
superficie sólo difería de la más profunda por la presencia de material
biológico (plantas e insectos) en la superficie. Calcio y silicón eran los
elementos dominantes en todos los campos examinados, con aluminio y hierro
también presentes. En cambio, no se encontró ninguna indicación de polvo
de cemento, aceite o contaminantes químicos que podrían hacer sospechar la
presencia de tractores u otros vehículos industriales en el lugar.
(Fuentes: GEPAN, Note technique nº 16, analyse d’une trace, march 1,
1983; Velasco, Jean Jacques, MUFON 1987 Internationl UFO symposium
proceedings, 1987, pp. 51-67 y también en el Journal of scientific
exploration, vol. 4, nº 1, pág.27; Sturrock, P.A. Physical evidence
related to UFO reports, sección 10, Ground traces; Vallée, Jacques. Return
to Trans-en Provence, Ibid).
Conclusiones Las huellas dejadas por los OVNIs constituyen así
testigos materiales y como tales se hallan disponibles para el examen de
laboratorio; es posible medirlas, fotografiarlas y analizarlas con los
métodos habituales de las ciencias físicas. Serían como la “impresión
digital” del fenómeno. Estas características tornan mucho más improbable
la incidencia de un fraude o de una alucinación. Algunos autores, sin
embargo, desmerecen la relevancia que como elementos de prueba poseen
estos rastros tangibles, alegando que ninguna de dichas observaciones
permiten afirmar nada positivo acerca del estímulo físico que
originariamente pudiera haberlas causado, ni tampoco probar que las mismas
no hayan sido provocadas por otros medios convencionales. Porque,
evidentemente, no ha existido un registro concomitante del fenómeno y de
su acción sobre el medio ambiente, y la perturbación material sólo se
conecta a la presencia del OVNI mediante la narración del
testigo. Según nuestro criterio, una actitud como la arriba señalada,
incurre en la falencia de ignorar que los Encuentros Cercanos con
evidencias tangibles, deben ser analizados de modo global, de manera que
involucren, simultáneamente y por igual, el relato del testigo (y la
credibilidad que éste nos merece) y las características de las huellas o
marcas, factores ambos estrechamente vinculados entre sí. Considerados
como realidades separadas, sin interconexión, significa una arbitraria
fragmentación del caso, cuando no una verdadera mutilación del mismo. La
conjunción de presencias –OVNIs y huellas- coincidentes en tiempo y
espacio, vale decir cuando el descubrimiento de los rastros ocurrió
algunas horas o hasta un día después de la observación del OVNI, no parece
sensato desestimar una estrecha vinculación entre ambos fenómenos. El
enfoque parcializado es, pues, insuficiente e inadecuado para
proporcionarnos alguna.respuesta razonablemente satisfactoria cuando
enfrentamos un incidente OVNI de tales características. Si se trata de un
informe con evidencias físicas asociadas, en el cual el testigo merece un
alto grado de credibilidad y, a la vez, las alteraciones de suelo y
vegetación en el sitio del aterrizaje no responden a causas
convencionales, y los efectos fisiológicos en los testigos son muy
específicos, ambos factores se complementan y corroboran.
Sin lugar a dudas,
estos datos objetivos y tangibles, sugieren la existencia de una dimensión
física anómala y refutan cualquier intento de reducción psicologista, pero
debe admitirse que, en última instancia, además de esa convicción, no
alcanzan para esclarecer la naturaleza de ese estímulo externo
desconocido. Esta falencia se debe a que tales datos aportan sólo un
conocimiento indirecto del fenómeno, vale decir, de sus consecuencias
sobre el medio ambiente, sean estas mecánicas o térmicas, y no alcanzan a
detectar el propio objeto anómalo, con registros cuantificables de valor
científico.
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